Las radios y su rol protagónico en bien de la sociedad
lambayecana están deteriorados, mal visto, degradado, de alguna manera. Y esto
se debe a una simple y llana razón: su mera financiación política y comercial.
Si hacemos un análisis del empoderamiento que han adquirido
estas radios, nos damos cuenta que simplemente son serviciales a unos
protagonistas políticos que en su momento sentáronse en un escaño congresal o
adquirieron alguna autoridad regional para, de esta manera, obtener el poder de
ser personajes “relevantes” en el espacio público.
Así su influencia se vuelve grande, marcada, respetada. Este protagonismo adquirido empieza entonces
a crear opciones de acogimiento para los radialistas que quieren trabajar sin
respetar la verdadera deontología que los debe caracterizar como personas
preparadas. En otras palabras, buscan cualquier deslenguado que hable en
beneficio de quien los contrata, elementos de baja educación que, si bien es
cierto, es la consecuencia del nivel de programación que transmiten.
Este detrimento vinculado a la comercialización barata de la
radio, hilvana una especie de confabulación despectiva, pues hace que la radio
apunte hacia objetivos despersonalizados.
La labor de los radialistas viene entonces a caer bajo esta
atmósfera de subyugación, en un remolino envolvente que nos lleva sin ninguna
dirección a horizontes extraños. Sumado a esto la bajeza de su requerida
preparación se convierte, entonces, en un metal de atracción para los captadores
señoriales de radio.
Así conjugados estos aspectos, las radios intentan clarificar el
sueño de la gente popular que reclama mayor justicia y más igualdad,
aprovechándose de su fiel sintonía que tienen hacia ellos. En suma, su
incumplimiento de las radios se debe a la misma esencia de adquisición de
varios sueños poderosos que quieren hacerse grandes sin construir grandeza y
buscar poder sin construir poder en la gente.